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A mediados del siglo XV, los mexicas especularon con el valor simbólico de la diosa para adaptarlo a su naciente configuración ideológica basada en el militarismo y en la expansión imperial
*Ricardo Rincón Huarota
...[el culto estatal del Templo Mayor] fue usado por la élite guerrera para fundamentar ideológicamente su poder político, en lo que se refiere a la expansión imperial así como al interior de la sociedad. La religión servía en este contexto para mistificar el contenido real de esta situación. Así los dirigentes religiosos mexica reformularon ciertos conceptos antiguos de tal manera que los adaptaron a las necesidades de su vigoroso Estado de expansión (Broda, 1985:466).
Se verá a continuación que el sincretismo de Tlazoltéotl-Ixcuina con las Diosas-Madres aztecas se contextualiza dentro de las modificaciones ideológicas mexicas. Es decir, la diosa huaxteca fue alcanzada por dichas reformas. Fue objeto de una manipulación ideológica por parte de la clase sacerdotal, la cual reformuló el valor simbólico de la diosa para incorporarlo a ese culto estatal correlacionado con la nueva ideología expansionista y guerrera de los mexicas. Si bien la deidad ya era conocida por los nahuas desde el Posclásico temprano, el sacerdocio tenochca fijó su atención en ella de manera relevante, una vez que los ejércitos aliados penetraron militar y económicamente en la Huaxteca. El proceso sincrético se orientó a satisfacer necesidades de la clase dominante mexica en tres niveles: a) el simbólico- agrícola; b) el político ideológico y c) el mítico-histórico.
A) El nivel simbólico-agrícola
Uno de los factores que posiblemente obligó a los mexicas a incursionar en la Huaxteca, fueron las adversas condiciones climáticas -heladas, sequías, plagas- que afectaron la cuenca de México hacia mediados del siglo XV (Anales de Tlatelolco, 1948: 56-57). Las consecuentes crisis de hambre que sufrió el Altiplano en tiempos de Moctezuma I, antecedieron las primeras conquistas aztecas a larga distancia que iniciaron en la fértil costa del Golfo de México, concretamente en la Huaxteca. A partir de ese momento, los mexicas y sus aliados iniciarían el proceso de expansión y sojuzgamiento económico sobre la Huaxteca, mismo que concluiría hasta el momento de la llegada de los españoles.
Ahora bien, de esas relaciones económico- militares se generó simultáneamente una confrontación cultural. A través de ésta, el segundo grupo fijó su atención en los rasgos simbólicos de Tlazoltéotl-Ixcuina, diosa ya existente para ese momento en la cosmovisión de los pueblos nahuas o, más precisamente, en las concepciones religiosas de la clase sacerdotal mexica. Es decir, la diosa no traspasaba los límites del pensamiento religioso mexica, sino que ya formaba parte de concepciones míticas tradicionales; ésto queda corroborado por el relato del Códice Chimalpopoca donde se relata el arribo al centro de México, hacia la época tolteca, de las diosas huaxtecas Ixcuiname. Tal relato mítico quedaba constituido dentro de los conocimientos teológicos del clero mexica, esto es, no tenía difusión en el resto de la población. Sólo alcanzaría a trascender los herméticos muros de la sabiduría sacerdotal cuando, por una orden de Ilhuicamina, los mitógrafos reales especularían con el valor simbólico de Tlazoltéotl-Ixcuina para adaptarlo a su naciente configuración ideológica basada en el militarismo y en la expansión imperial. Pero no sólo lo adaptarían sino que habrían de sincretizarlo al complejo de las diosas mexicas de los mantenimientos -Toci, Teteo Innan, Chicomecóatl, entre otras-, dando como resultado nuevas formas rituales y simbólicas expresadas en los ritos de la fiesta Ochpaniztli, una de las 18 “veintenas” o ceremonias del culto estatal del Templo Mayor.
El significado de la fiesta se orientaba, en términos generales, al renacimiento agrícola puesto que las principales deidades participantes eran las de la tierra -Toci, Teteo Innan, Tlalli Iyollo-, del maíz -Centéotl, Chicomecóatl- y del agua -Atlan Tonan. De acuerdo a Michel Graulich (1990:355-356), “era el comienzo del año, de la siembra y de la estación de las lluvias.” Dentro de los ritos de la fiesta, una mujer que representaba a Toci era súbitamente sacrificada y desollada. Su piel sería “vestida” por un sacerdote que volvería a personificar a Toci para quedar así regenerada. Posteriormente, Toci posaba frente a la imagen de Huitzilopochtli y daba a luz a Centéotl, dios del maíz tierno. Es decir, tal parto simbolizaba la etapa del nacimiento de las plantas útiles. Los personajes huaxtecos que participaban eran seres asociados a la sexualidad en la medida que portaban grandes falos en las manos, símbolos de la fecundación y la fertilidad de la tierra.
Asimismo, vendrían siendo los esposos de Toci-Tlazoltéotl que tenían una injerencia fundamental “para lograr que (aquélla) también en los años venideros .. no deje de reinar entre los hombres y los campos.” (Seler, 1988 T.I: 122). Tal temor por la falta de mantenimientos, provenía de una realidad objetiva en razón de los constantes períodos de hambrunas padecidos en el centro de México. En suma, los mexicas sincretizaron los valores intrínsecos de una deidad típica de la costa del Golfo, región agrícola de gran riqueza, con los de las diosas mexicas de la fertilidad. Tal situación ocurrió para “aumentar” los poderes de éstas sobre la regeneración vegetal y mantener así un perfecto orden entre el hombre y la naturaleza que se veía continuamente violentado por adversas condiciones climáticas y sus consecuentes períodos de hambre. Pero, podríamos preguntamos: ¿por qué precisamente fue Ixcuina la sincretizada y no otra diosa agrícola de alguna otra región de alta productividad? Conoceremos la respuesta en los dos próximos apartados.
B) El nivel político-ideológico.
De acuerdo a Broda (1989: 42), la religión fue la principal expresión de la ideología en la época prehispánica. Conceptualiza a la religión como un sistema de representación simbólica y de acción, donde tanto mito como ritual cumplían con la función de legitimar las condiciones sociopolíticas y económicas vigentes. En tal sentido, los ritos de Ochpaniztli, específicamente el sincretismo de Tlazoltéotl- Ixcuina con las diosas agrarias, perseguía la finalidad de legitimar, mediante la religión, el domino mexica sobre la Huaxteca. La fiesta incluye un combate simulado entre los servidores huaxtecos de la diosa y guerreros mexicas. Seler señala que éstos “…son los guerreros, es decir, los ganadores, los tlamanime, los otros en cambio, son los huastecas, es decir, los cautivos, los mamaltin.” (1988 T. I: 122).
Las complejidades simbólicas del ritual denotan un carácter eminentemente bélico de este pasaje de la fiesta, en que los personajes mexicas juegan un papel de hegemonía sobre los huaxtecos. En realidad el simulacro de escaramuza es una de la “nuevas zonas de significado” resultante del sincretismo de Tlazoltéotl-Ixcuina y las diosas mexicas. Es decir, a través de esa representación de hegemonía, se trataba de sancionar ritualmente el dominio que los mexicas recién habían comenzado a ejercer sobre la rica y estratégica área huaxteca. Lo anterior da pauta para afirmar que el sacerdocio mexica se esforzaba, a través de la religión, por sancionar una realidad injusta impuesta por sus afanes de conquista y poder. La expansión imperial se lograba por medio de la guerra; pero aquella requería un respaldo ideológico que justificara “la empresa de la nobleza belicosa ante sus propios macehualtin, ante los pipiltin agredidos y entre los nuevos tributarios conquistados” (López Austin, 1989a: 88). Así pues, el sincretismo racionalizador que los mexicas operaron en Ochpaniztli, actuó en función de los requerimientos del Estado para consolidar, por medio de elementos ideológicos, el papel de predominio sobre el pueblo conquistado (el huaxteco) y la clase dominada interna. Sin embargo, tal circunstancia no funcionó en sentido estricto para enajenar a las masas.
Si bien es cierto que la clase dirigente mexica utilizó una serie de dogmas para imponer su ideología guerrera, ejerció el poder a través del consenso y la coerción (Rodríguez Shadow 1990:93). De esa forma, los macehualtin compartían hasta cierto punto la legitimidad social en la medida que también eran beneficiados de la dominación que ejercía la autoridad mexica sobre otros territorios. López Austin (1989b: 75) hace notar que el culto a los dioses patrones de los pueblos se llevaba a efecto en forma casi autónoma del gran culto o de las fiestas generales. Si bien los sectores menos privilegiados tenían que participar en los ritos de la cosmovisión dominante, la religión popular daba un tratamiento distinto a los dioses del culto oficial dentro de los límites del calpulli.
C) El nivel mítico-histórico.
La labor historiográfica del mitógrafo real cumplía con importantes funciones. Por ejemplo, el uso de la historia entre los mexicas tenía como objetivo mirar retrospectivamente diversos sucesos del origen del grupo para ser adaptados a la realidad política y social de los siglos XV y XVI. Bajo esta perspectiva en Ochpaniztli mito e historia se entrelazaron con la finalidad de conectar el precario pasado mexica con un presente de gloria y poder sustentado en el militarismo y la expansión imperial.
La fiesta recreaba un pasaje mítico referente al sacrificio de la princesa culhuacana Toci. Según el Códice Ramírez (1944: 32-35), el relato mítico narra cómo los mexicas se asentaron, durante su peregrinación, en un sitio llamado Tizaapan “Lugar de las Aguas Blancas”, con consentimiento del rey de Culhuacan, llamado Achitómetl. Aún cuando fueron tratados con generosidad, Huitzilopochtli anunció a los mexicas que Tizaapan no era el sitio para el establecimiento definitivo del grupo por lo que debían de abandonarlo mediante la guerra y así dar “a entender al mundo el valor de nuestras personas.” Pero antes, el dios ordenó la búsqueda de la “mujer de la discordia”, que sería la causante de la guerra contra los culhuacanos. Al efecto, los mexicas solicitaron al rey la entrega de su hija Toci para convertirla en su reina y madre de Huitzilopochtii. Una vez conseguido el propósito, Toci fue intempestivamente sacrificada y desollada. Al percatarse del crimen, Achitómetl ordenó a sus ejércitos expulsar a los mexicas de territorio culhuacano. En su huida, éstos sufrieron grandes pérdidas y “mucha angustia, trabajo y aflicción y llanto de las mujeres y niños, pidiendo que los dejasen morir allí, que ya no querían más trabajos.” Para consolarlos, Huitzilopochtii habló con su pueblo para asegurarle que el sufrimiento era una prueba que debía sortear “pues todo aquello era para tener después más bien y contento.”
A partir de ese momento, los mexicas iniciarían nuevamente su peregrinar en busca de la tierra prometida. Puede observarse que el relato describe los pasos rituales que se efectuaban en la ceremonia Ochpaniztli; es decir, el súbito sacrificio de Toci y su posterior desollamiento. A su vez, a lo largo de la narración se aprecia la promesa de que en un futuro el pueblo se convertirá, de una entidad desconocida y pobre, en un grupo hegemónico, donde la guerra habría de jugar un papel preponderante. En otras palabras, “los mexicas estaban “predestinados” para lograr sus futuras hazañas militares y políticas.” (Broda, 1989: 51). En este contexto, la fiesta Ochpaniztli celebrada en tiempos de Moctezuma I, cumplía con una misión ambivalente: por una parte, recrear el mito original del sacrificio de Toci, pero por otro lado, reactualizarlo y adaptarlo a las nuevas condiciones sociopolíticas y económicas de mediados del siglo XV. Es aquí donde se enmarca la especulación simbólica que el clero mexica operó para sincretizar a Tlazoltéotl-Ixcuina con sus Diosas-Madres, específicamente con Toci. A continuación explico el mecanismo del proceso sincrético referido.
Cuando los mexicas alcanzaron su hegemonía sobre los pueblos del Altiplano central, iniciarían sus campañas de conquistas a larga distancia precisamente en la costa huaxteca. Ahí, la diosa Tlazoltéotl-Ixcuina se elevaba como la Diosa-Reina. Es decir, era una deidad de gran relevancia entre los pueblos de filiación huaxteca. Además, ya formaba parte de los conocimientos teológicos del clero mexica, esto es, ya era una institución religiosa consolidada en el Altiplano, por lo menos entre la clase sacerdotal. Por ambas razones, la diosa Tlazoltéotl-Ixcuina representó para los mexicas un personaje idóneo que perfectamente embonaría en el ritual de Ochpaniztli. De esa manera, su carácter original de diosa de la tierra y de la fertilidad en la Huaxteca, así como su calidad de “extranjera”, harían rememorar la versión mítico-histórica del sacrificio de la princesa extranjera Toci, que fue deificada por los mexicas como una diosa de la tierra y de la fertilidad. Pero a diferencia del relato mítico, el sacrificio y desollamiento de Tlazoltéotl-Ixcuina ocurrido en Ochpaniztli, ya no será motivo de represalias violentas de ningún poderoso señor, puesto que los mexicas son ahora quienes dominan a los pueblos del mundo. La diosa huaxteca evocaba en particular el dominio mexica sobre la rica y estratégica Huaxteca.
Como queda visto, una de las “nuevas zonas de significado” del proceso sincrético fue la batalla simulada entre guerreros mexicas y huaxtecos. Considero que es un nuevo elemento o una forma cultural inédita en tanto que no existía en ninguno de los sistemas religiosos en oposición. La incorporación de connotaciones bélicas al ritual de Ochpaniztli, rememoraría la lucha librada entre culhuacanos y mexicas, cuando éstos fueron expulsados de Tizaapan. Pero ahora, en la dramatización renovada de Ochpaniztli -cuando fue conquistada la Huaxteca y reformulado el valor simbólico de Tlazoltéotl-Ixcuina-, los mexicas ya no serían los perdedores en el combate como había ocurrido en la peregrinación, sino como señala Seler, serían los tlamanime, los vencedores.
De esa forma, el hecho de sincretizar a ambas deidades en Ochpaniztli, fue con el objeto de recrear el mito de Toci que simbolizaba un pasaje de la penosa migración mexica, pero también de actualizarlo y reelaborarlo dentro del contexto del poderío militar posteriormente alcanzado por el “Pueblo del Sol.”
Los ritos de Ochpaniztli perseguían la finalidad de legitimar, mediante la religión, el domino mexica sobre la Huaxteca
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*SEMBLANZA DEL AUTOR
Ricardo Rincón Huarota. (Ciudad de México, 7 de noviembre de 1963). Arqueólogo especializado en religión prehispánica. Escritor. Ganador del Premio Nacional de Ensayo sobre la Huaxteca (2016), con la obra Presencia de Tlazoltéotl-Ixcuina en la Huaxteca prehispánica, organizado por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes y la Secretaría de Cultura Federal.
Ha sido investigador en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Desde julio de 2016 forma parte de la Enciclopedia de la Literatura en México, auspiciada por la Secretaría de Cultura Federal. Autor de diversos artículos especializados entre los que se cuentan: Algunas reflexiones sobre la arqueología y la etnohistoria de Sonora (1992) y Estudio comparativo entre las garantías de seguridad jurídica actuales y la normatividad del Derecho azteca (UNAM-IIJ, 1993). De 1989 a 1994 fue colaborador y coordinador de diversas publicaciones del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, entre las que se cuentan: Nuestra Constitución (1991); Diccionario Histórico y Biográfico de la Revolución Mexicana (1991); Las mujeres en la Revolución Mexicana (Coordinador, 1992); Ricardo Flores Magón. Programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación (1992). Entre 1998 y 2008 coordinó el Programa de Recorridos Turístico-Culturales de la Ciudad de México, del Gobierno del Distrito Federal. En 2009 incursionó como articulista en las revistas de gastronomía Soy Chef y elgourmet.com. En esta última fue autor de la Columna Bicentenario (2010), que abordó temas de gastronomía y su vinculación con la Independencia y la Revolución. Su cuento Calaveritas de azúcar fue uno de los ganadores del concurso “Escribe un cuento de terror”, convocado en 2012 por la editorial Random House y El mecanismo del miedo. En 2014 el jurado del Concurso “Cuentos de futbol”, lo seleccionó como uno de los ganadores con el relato corto de terror El campeón, antologado en el libro Cuéntame un gol. Cuentos de Futbol, (España, Verbum, 2014) presentado por el autor en mayo de 2014 en Madrid. Dicha antología fue presentada el 5 de diciembre de 2014, en el marco de la FIL de Guadalajara.
A finales de 2014, el relato Agua salada y tierra de panteón fue publicado en la antología Necrópolia. Horror en Día de Muertos (Ed. independiente). Su interés por el patrimonio cultural de la Ciudad de México y la literatura fantástica, lo motivó a escribir Dieciséis Fantasmas. Cuentos de terror de las 16 Delegaciones del Distrito Federal, coedición entre Rosa María Porrúa Ediciones (México, 2015) y Editorial Verbum (España, 2015) Dicho libro fue presentado en el marco de la FIL del Zócalo en octubre de 2015 y en la FIL Guadalajara en diciembre de ese mismo año. En noviembre de 2015, fue uno de los miembros del Jurado del concurso internacional de relato de terror “Cuentos de Fantasmas”, convocado por la Editorial Verbum, y que dio como resultado la antología Palabras en la Niebla. 20 cuentos de fantasmas. (España, Verbum, 2016). En octubre de 2016 presentó Presencia de Tlazoltéotl Ixcuina en la Huaxteca prehispánica, obra ganadora del Premio Nacional de Ensayo sobre la Huaxteca, en el marco de la FIL del Zócalo, y en diciembre del mismo año la citada obra se presentó en la FIL Guadalajara. Actualmente colabora en el periódico virtual GLOBEDIA.
La incorporación de connotaciones bélicas al ritual de Ochpaniztli rememoraría la lucha librada entre culhuacanos y mexicas