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Nosotros los chilenos sabemos de temblores y terremotos. Tengo la dudosa fortuna de haber estado en los tres últimos terremotos. El de Iquique el 2005, el de Antofagasta del 2007 y el de la madrugada del sábado
Una noche extraña. Un ruido sordo. Secó. Podría ser el choque de u camión que se había estrellado allá afuera.Eran las 3:30 de la mañana del sábado y hace una hora había retornado desde Santiago a Viña. Deseaba que pronto llegara el domingo para que los santiaguinos desalojaran de una vez por todas la ciudad, una vez terminado el parafernálico festival de Viña.
Sentí el remezón y la cama rebotaba sobre el piso, como si estuviera poseída por el mismísimo demonio. Ahora quedaba claro que no era una colisión de trasnoche, sino que era la tierra que rugia con inusitada furia, como suele ensañarse cada cierto tiempo en nuestro país.
Comienza a escucharse el griterío de los vecinos, de uno mismo pidiendo calma de la forma menos calmada posible.
El departamento como bailarina borracha se desplaza de un lado a otro. Danza desbocado. El ruido crece, pero cuando se apaga la luz, es como si también se encendiera el silencio para que precisamente el estruendo ensordecedor se escuche con más fuerza y venga a recordanos lo leve que somos y que nada podemos hacer contra la naturaleza cuando saca a relucir toda su ira.
El ruido se multiplica así mismo y por si mismo. La oscuridad lo hace más aterrador. Los vasos chocan, los vidrios de los ventanales a punto de reventar, los adornos se arrojan al piso como para no saber más del asunto.
Nuestro terremoto fue más de 50 veces más potente que el de Haití. 8, 8 grados Richter, es equivalente a hacer explotar 1580 millones de camiones de 10 tons cargados con explosivo TNT
Nosotros los chilenos sabemos de temblores y terremotos. Tengo la dudosa fortuna de haber estado en los tres últimos terremotos. El de Iquique el 2005, el de Antofagasta del 2007 y el de la madrugada del sábado. Los chilenos en el fondo tenemos un bien ganado know how en materia de terremotos, en el fondo tenemos calma. A regañadientes asumimos que si tenemos un record guiness de verdad es que en nuestro país se producen los sismos más potentes del mundo. Sin embargo los argentinos, que suelen llegar a este balneario chileno y que estaban en los departamentos colindantes estaban a punto de desafallecer. Eran fantasmas corriendo de un lado a otro en medio de la oscuridad, mientras los chilenos, nos manteníamos estoicamente adentro de nuestros departamentos.
Nuestro terremoto fue más de 50 veces más potente que el de Haití. 8, 8 grados Richter, es equivalente a hacer explotar 1580 millones de camiones de 10 tons cargados con explosivo TNT .
Los edificios en Chile resisten bien. Están diseñados para bailar al ritmo que imponga el sismo. Esa condición evita que se desplomen, pero a la vez hace que se nos revuelva todo el estómago, como si este también sin avisarnos, hace las veces de una batidora.
Largo, dos minutos que fueron una eternidad. Hay instantes en que uno piensa que todo va a desaparecer, que nos va a tragar la tierra y lo aceptamos como si fuera algo que necesariamente tiene que suceder y lo aceptamos en medio de ese ruido atronador.
Llegado el fin del sacudón, la imagen es desoladora. Objetos quebrados desaparramados por el piso, griteríos que suben por el aire, atraviesan paredes y se cuelan en nuestras almas.
Muchos lo perdieron todo. Incluso la vida. Parece castigo divino. Toda una semana en que gran parte de los chilenos se dejaron llevar por lo más decadente de la farándula, por la frivolidad que explota las más bajas de nuestras pasiones, el terremoto vino a ponernos en nuestro lugar a recordarnos la insoportable levedad de nuestro ser.