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El sunami digital que vino tras el terremoto

01/05/2010 12:00 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

El movimiento se fue armando en forma espontánea, lento al principio. Ubicamos primeros a nuestros amigos, a través de amigos de nuestros amigos. Luego, el hastag #ayudemoschile en twitter comenzó a crecer y se hizo felizmente ingobernable

Afortunados fuimos los que estábamos en algunos sectores la mañana del 28 de febrero.

La tierra también se encabritó severa e indómita en la madrugada, pero estábamos bien e incluso conectados.

El movimiento se fue armando en forma espontánea, lento al principio. Ubicamos primeros a nuestros amigos, a través de amigos de nuestros amigos. Luego, el hastag #ayudemoschile en twitter comenzó a crecer y se hizo felizmente ingobernable.

La información brotó por todas partes. Las redes electrónicas, mal llamadas frías estaban uniendo almas.

La noche anterior no habíamos dormido casi nada. En realidad nada.

Una noche extraña. Un ruido sordo. Secó. Podría ser el choque de un camión que se había estrellado allá afuera.Eran las 3:30 de la mañana del sábado y hace una hora había retornado desde Santiago a Viña. Deseaba que pronto llegara el domingo para que los santiaguinos desalojaran de una vez por todas la ciudad, una vez terminado el parafernálico festival de Viña.

Sentí el remezón y la cama rebotaba sobre el piso, como si estuviera poseída por el mismísimo demonio. Ahora quedaba claro que no era una colisión de trasnoche, sino que era la tierra que rugía con inusitada furia, como suele ensañarse cada cierto tiempo en nuestro país.

El departamento como bailarina borracha se desplaza de un lado a otro. Danza desbocado. El ruido crece, pero cuando se apaga la luz, es como si también se encendiera el silencio para que precisamente el estruendo ensordecedor se escuche con más fuerza y venga a recordanos lo leve que somos y que nada podemos hacer contra la naturaleza cuando saca a relucir toda su ira.

El ruido se multiplica así mismo y por si mismo. La oscuridad lo hace más aterrador. Los vasos chocan, los vidrios de los ventanales a punto de reventar, los adornos se arrojan al piso como para no saber más del asunto.

Nosotros los chilenos sabemos de temblores y terremotos. Tengo la dudosa fortuna de haber estado en los tres últimos terremotos. El de Iquique el 2005, el de Antofagasta del 2007 y el de la madrugada del sábado. Los chilenos en el fondo tenemos un bien ganado know how en materia de terremotos, en el fondo tenemos calma. A regañadientes asumimos que si tenemos un record guiness de verdad es que en nuestro país se producen los sismos más potentes del mundo. Sin embargo los argentinos, que suelen llegar a este balneario chileno y que estaban en los departamentos colindantes estaban a punto de desafallecer. Eran fantasmas corriendo de un lado a otro en medio de la oscuridad, mientras los chilenos, nos manteníamos estoicamente adentro de nuestros departamentos.

Debemos dotar a cada junta de vecinos de una conexión a Internet satelital, y en las ciudades que el sol sea abundante, con acumuladores de energía solar

Largo, dos minutos que fueron una eternidad. Hay instantes en que uno piensa que todo va a desaparecer, que nos va a tragar la tierra y lo aceptamos como si fuera algo que necesariamente tiene que suceder y lo aceptamos en medio de ese ruido atronador.

Muchos lo perdieron todo. Incluso la vida. Parece castigo divino. Toda una semana en que gran parte de los chilenos se dejaron llevar por lo más decadente de la farándula, por la frivolidad que explota las más bajas de nuestras pasiones, el terremoto vino a ponernos en nuestro lugar a recordarnos la insoportable levedad de nuestro ser. Sin embargo esa insoportable levedad se torna mágica y se convierte en solidaridad. Solidaridad verdadera, de héroes anónimos, no aquella que funciona a fuerza de flashes televisivos.

La solidaridad que nunca debiera abandonar a nuestro pueblo refloreció, sólo que esta vez se expresó de forma diferente a la de ocasiones anteriores. Tomó otros cauces. Y se manifestó el otro y bendito tsunami. La gran ola digital que permitió canalizar ayuda, comunicar buenas y malas noticias. Por primera el poder ciudadano expresado a través de internet tuvo la oportunidad también, al igual que el terremoto, de manifestarse en forma arrolladora. Ya ninguna tragedia va a ser igual que antes.

Como lección, conjuntamente con la reconstrucción de viviendas, entrega de alimentos, debemos dotar a cada junta de vecinos de una conexión a Internet satelital, y en las ciudades que el sol sea abundante, con acumuladores de energía solar.

Un salto que sin duda será cualitativo, cuando la tierra otra vez se enfurezca y deje su secuela de destrucción en la faz de nuestra tierra. Podrá destruir lo material, pero no la comunicación de nuestras almas que hoy internet hace posible. Dotar de acceso a Internet a nuestras juntas vecinales puede ser el signo que marque la reconstrucción más sólida de nuestros dos últimos siglos.


Sobre esta noticia

Autor:
Jaime Peña (43 noticias)
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Tipo:
Reportaje
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