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¿Quién no ha sentido que un tufo de patriotismo recorre su cuerpo cuando locutores repiten como cantaleta que los mexicanos son dueños de la marca nacional, mejor conocida como Pemex?
Leonel Robles
¿Quién no ha sentido que un tufo de patriotismo recorre su cuerpo cuando locutores repiten como cantaleta que los mexicanos son dueños de la marca nacional, mejor conocida como Pemex? Ante la certeza de que el tema de privatización del sector energético, que pretende el Principito Feliz, iba a tocar fibras delicadas en el sentimiento de los mexicanos, hubo un estallido de defensores a sueldo en televisión, radio y prensa escrita, gritando los beneficios que la Reforma traerá -ah, no inmediatamente, sino a mediano y largo plazo, más largo que mediano- a una población inmersa en despiadada desigualad, que el televidente termina convencido de lo opuesto: ¿Por qué tanto alboroto ante una reforma que para el grueso de la población no es sino letra muerta? ¿Por qué un grupo de perredistas “demócratas”, toma en cuenta a la población para decidir si el partido del sol azteca se suma a la propuesta del Principito Feliz? ¿Por qué no hizo lo mismo cuando se sumó al romántico frente de Pacto por México?
El escenario que montaron los publicistas políticos, le deja un estrecho margen a Andrés Manuel López Obrador para informar a la población de los verdaderos alcances de privatizar un sector fundamental para los inversionistas extranjeros y las políticas expansionistas de Barack Obama. No es difícil adivinar el objetivo de las campañas: adelantarse a los argumentos de Morena y de los grupos que se niegan a aceptar los cambios a los artículos 27 y 28 de la Constitución, que darían entrada al capital extranjero.
La izquierda partidista apuestan porque sus protestas no vayan más allá de una simple llamarada de petate
Los líderes empresariales que están detrás de la reforma tienen la confianza de que pronto veremos la construcción de refinerías en manos extrañas, y de que Enrique Peña Nieto se sueñe como al gran transformador del futuro mexicano. Y el vulgar servidor de intereses transnacionales confía en que su partido le haga el trabajo sucio, y sus aliados de la izquierda partidista apuestan porque sus protestas no vayan más allá de una simple llamarada de petate.