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En la primera mitad del siglo diecinueve, a pocos años de ser Chile una República independiente, no era mucho lo que se podía decir sobre el desarrollo de la ciencia
En la primera mitad del siglo diecinueve, a pocos años de ser Chile una República independiente, no era mucho lo que se podía decir sobre el desarrollo de la ciencia criolla. Los planes de incentivo de los gobiernos estaban orientados a impulsar aquella ciencia útil que sería capaz de resolver los problemas del país, abarcando principalmente las áreas de mineralogía, geografía, química, medicina, botánica, zoología, mecánica, economía y obras civiles. No era tema el ahondar en las ciencias básicas ni mucho menos cuestionar a los sabios privilegiados de Europa. Sólo había que aprender lo que ellos nos decían a través de sus textos y aplicarlo.
El país se encargó de incorporar a académicos extranjeros para abordar aquellas áreas de interés mencionadas y organizar la enseñanza de la ciencia. Fueron esos hombres, a quienes hoy apenas recordamos con sus apellidos indicando una serie de calles paralelas en el barrio universitario de Santiago (Sazié, Gorbea, Gay, Domeyko…), quienes forjaron la primera generación de matemáticos y científicos chilenos. Como parte de ella, el primer matemático formado íntegramente en Chile, de quien se tiene noción, y cuyos aportes de nivel mundial fueron reconocidos por las más altas esferas, fue Ramón Picarte. Un héroe olvidado a quien quiero recordar, basándome principalmente en un artículo de C. Gutiérrez y F. Gutiérrez (El artículo, referenciado al final, es tan completo y apasionante que hasta me da pudor escribir sobre el mismo tema, restándome sólo, a través de estas líneas, intentar motivarlos a ustedes a su lectura).
Un 9 de junio de 1830, nace Manuel Felipe Ramón Picarte Mujica. Hijo de Carmen Mujica y Ramón Picarte, militar con experiencia en campañas de la Independencia, prisionero como tal en dos ocasiones y participante en una serie de motines por la causa liberal, durante la República. Picarte padre, tenía el grado de sargento cuando combatía junto a José Miguel Carrera y contaba con el grado de coronel cuando fue dado de baja por Portales, de quién se dice que obtenía su admiración. Fallece pobre y olvidado cuando su hijo tenía cinco años. Posteriormente, en 1943, Ramón Picarte hijo ingresa al Instituto Nacional, donde estudia humanidades. En 1846 rinde exámenes de latín y se cambia a matemáticas, obteniendo su título de Agrimensor General de la República en 1852. Por aquellos años, las matemáticas estaban muy ligadas al ejercicio de las profesiones de agrimensor e ingeniero.
El curso de matemáticas, según un decreto de 1931, incluía, “aritmética, álgebra, geometría especulativa, geometría práctica, geometría descriptiva, trigonometría rectilínea, topografía y dibujo”. Para ser agrimensor, en 1942 se exigió el estudio adicional de trigonometría esférica. Afortunadamente, el académico Andrés Antonio Gorbea era un convencido del valor de las matemáticas puras en el desarrollo del pensamiento y el ejercicio de la lógica. Por lo mismo, en sus cátedras incluía geometría analítica, álgebra superior, series, cálculo diferencial e integral y probabilidades. De un curso de 72 alumnos para la carrera de agrimensor, sólo 3 de ellos soportaban el ritmo y demostraban el gusto por seguir el curso de matemática superior, no exigido para la carrera. Picarte era de éstos. En el artículo de C. Gutiérrez y F. Gutiérrez, se inserta la siguiente cita atribuida a un amigo de Picarte:
“En esta ciencia llegó a descollar Picarte entre sus camaradas, estudiarla era su ocupación del día y de la noche, pues se proponía escribir algún día un Curso científico, más adaptado a la enseñanza que el de Francoeur. No contento con el texto que estudiaba, se procuraba con sacrificios y leía otras obras de matemáticas de los sabios modernos más célebres de Europa”.
Tal era el entusiasmo de Picarte. El curso de M. Francoeur, profesor de la Academia de Ciencias de París, era un curso completo de matemática puras, que había sido traducido por Gorbea en dos tomos, de 530 y 325 páginas, para cuya edición el gobierno de Chile debió importar tipos especiales para los símbolos matemáticos. Como texto guía, se empleaba también en Rusia y la misma Francia.
Picarte se desempeñó en la Escuela Militar, impartiendo clases de matemáticas. Al decir de Domeyko, los exámenes que le correspondió tomar le habían convencido de que la enseñanza de las matemáticas en dicho establecimiento se hallaban siempre en progreso y confiadas a profesores “celosos por la instrucción e inteligentes”.
Eran un lugar y una época en la que difícilmente se podía progresar en la práctica matemática y científica. Los instrumentos escaseaban y también los libros. Habría sido el mismo Domeyko quien encargó la primera suscripción a una revista matemática, recién en 1856. En este ambiente, destacan aún más las contribuciones de Picarte.
En la primera mitad del siglo diecinueve, a pocos años de ser Chile una República independiente, no era mucho lo que se podía decir sobre el desarrollo de la ciencia
El aporte principal de Picarte a las matemáticas ha sido la invención de una forma de división a través de unas operaciones de adición, ayudado por unas tablas numéricas que él mismo calculaba. Para valorar su aporte, recordemos que no había calculadoras y que ingenieros, navegantes, astrónomos y agrimensores debían ayudarse por medio de tablas de cálculo para sus distintas operaciones numéricas. Pronto las tablas de cálculo de Picarte circularon por todo el mundo por casi un siglo y desplazaron a las hasta entonces dadas por más completas, exactas y prestigiosas.
“A fuerza de vigilias y contracción a esta ciencia, vino a inventar una Tabla de división que reducía esta operación larga y penosa a una simple suma. […] Arrebatado de entusiasmo con este hallazgo, comunicólo a las personas competentes y sus amigos, creyendo que sentirían igual satisfacción. […] En todas partes no hallaba Picarte más que desdén, indiferencia, y cuando más, compasión en algunos. De tantas diligencias, sólo consiguió al fin que todos le tuviesen por loco, y como a tal le hablaban cada vez que Picarte tocaba la idea que le traía tan preocupado” (Anales de la U. de Chile, Tomo XV, 1859; citado en el artículo original de C. Gutiérrez y F. Gutiérrez).
Abreviaré parte de la historia, señalando que Picarte no concitó el apoyo del gobierno ni de los académicos y, aferrado a su invención, decidió partir a Francia, ni más ni menos que a presentarla a la Academia de Ciencias de París. Sin contactos, dinero ni experiencia, en 1857 se embarcó dese Valparaíso a Perú. Estuvo ahí dos meses, sin conseguir apoyo editorial. Trabajando en lo que podía, encuentra a dos compatriotas quienes le financian un viaje a Panamá, desde donde se embarcó a Southampton, Inglaterra. Allí vende su reloj de oro, con ese dinero llega a Londres, de ahí milagrosamente a París. El París de aquella época es descrito como una ciudad bullente. En muchos aspectos, Francia era para Chile la “nación modelo” a la cual había que parecerse. La Academia Científica de París era un crisol de connotados personajes, conocidos hasta el día de hoy: Cauchy, Poisson, Fourier, Amper… Matemáticos de renombre habían salido derrotados ante las “audiciones” dadas frente a estos próceres.
Después de lograr Picarte que alguien lo contactase con un grupo de matemáticos de la Academia para la revisión de su trabajo, para mejorarlo, debió dedicar 10 a 12 horas diarias, por cinco meses y trabajando con dos ayudantes. Finalmente, la aprobación de la memoria de Picarte por la Academia de Ciencias de París fue rotunda, obteniendo un informe firmado por matemáticos actualmente famosos. Como nos narran C. Gutiérrez y F. Gutiérrez, así aparecía la noticia en un periódico francés el 6 de marzo de 1859:
“Un joven matemático de Santiago de Chile, don Ramón Picarte, dejaba no hace mucho su patria y atravesaba los mares para abordar las escalas del Instituto [Academia de Ciencias]. Su valor y perseverancia obtenían una recompensa bien preciosa en el juicio que de él se formaba en la sesión de la Academia del 15 de Febrero último, en la que recibía las gracias de los Académicos y al mismo tiempo se le animaba para la publicación de sus obras.”
Si no la conocían, los dejaré con la duda sobre cómo continuó el resto de la historia de Picarte, la que podrán resolver si revisan la bibliografía sugerida más abajo. Sólo diré tres cosas: A unos años de su regreso, se gradúa de Licenciado en Leyes, se dedica a aplicar las matemáticas a la modernización del país y la superación de la pobreza y, por supuesto, antes que todo, apenas estaba de vuelta, recibía los honores de la patria…
Todos, de alguna manera, hemos tenido esos momentos en donde el triunfo después de un sacrificio heroico, en apariencia imposible para el resto, nos cae como avalancha, haciéndonos olvidar las penas, los llantos, la desesperanza del camino. Trato de imaginarme qué pensaba Picarte cuando, después de su aprobación, bajaba triunfante las escalas de la Academia de Ciencias de París. ¿Habrá mirado hacia el cielo, pensando que es el mismo cielo de su lejano país? ¿Habrá pensado en su padre fallecido, diciéndole yo también soy un héroe, como tú…? Qué melancolía más grande la que se siente cuando no se puede compartir el momento del triunfo con el ser amado. Cuando la necesidad de ese abrazo que no llega se anuda en la garganta. Pero el corazón late aprisa, dan ganas de alejarse brincando del lugar de la victoria y al final, avalados por la locura y aferrados con la punta de los dedos, escalamos el muro del tiempo y el espacio y nos arrullamos con el ser querido en ese abrazo imaginario. Con el lejano, con el fallecido, con la ex… Aquellos que acompañaron, vieron la lucha, pero que no presenciaron el momento del triunfo...
Mis saludos a todos los chilenos que están lejos de su patria, haciendo, de una u otra forma, el esfuerzo de Ramón Picarte. Para ustedes elegí esta historia. Feliz 18 de septiembre…!!!