Pocas cosas tiene en común con el resto de los mortales alguien al quien desde chico llamaban El Elegido. Con semejante calificativo, desde muy niño ya se multiplicaba la trascendencia de su éxitos o fracasos.

Cuando LeBron James nació, en Akron, Ohio, en 1984, su madre Gloria sólo tenía 16 años y su padre, Anthony McClelland, alcohólico, se desentendió de él.

Excelente atleta, rápido y fuerte por genética, LeBron destacó muy pronto, siendo todavía adolescente, en el baloncesto y en el fútbol americano.

A los 16 años fue portada de una de las revistas de mayor importancia especializadas en la NBA, y con 18 firmó un contrato de 90 millones de dólares con Nike. Saltó directamente de su instituto, St. Vincent-St. Mary al profesionalismo, sin pasar por la universidad, tras ser elegido en el draft de 2003.

En su primer partido con Cleveland, con 18 años y 303 días, logró 25 puntos, nueve asistencias, seis rebotes y cuatro robos de balón. Nueve temporadas después, con 27 años y 175 días, por fin logró ganar un título de la liga de baloncesto más importante del mundo, una cuenta que tenía pendiente a pesar de tener un talento casi sobrenatural.

LeBron mide 2, 03 metros, pesa 113 kilos de puro músculo y fibra, y es capaz de brillar en todas las posiciones de la cancha. Por sus fama y antecedentes ha sido siempre más exigido que sus compañeros.

Por fin es un ganador, por fin tiene el anillo de campeón. Dejó de ser príncipe para convertirse en rey

Pero el jueves, redondeando una serie perfecta ante los Thunder de Oklahoma, en la que fue elegido MVP, jugador más valioso, abandonó la lista de grandiosos basquetbolistas que no ganaron un anillo a pesar de su demostrada calidad y de la huella que dejaron en sus carreras, como Charles Barkley, Karl Malone, Patrick Ewing o John Stockton.

La diferencia con ellos era que a LeBron le pidieron más porque desde mucho antes de que pusiera un pie en la NBA se le trataba ya como al sucesor de Michael Jordan.

No consiguió el título durante las siete temporadas que jugó en los Cavaliers de Cleveland, con los que llegó a disputar una final, la de 2007, que perdieron ante San Antonio (4-0). En 2010 anunció que dejaba ese equipo para irse a Miami.

La temporada pasada, ya con los Heat, fracasó de nuevo en la final. No pudo con el alemán Dirk Nowitzki y los Mavericks de Dallas (4-2). Se le reprochó su flojo rendimiento en los partidos más decisivos, con apenas 13 puntos anotados en promedio, una miseria en su caso.

A comienzos de esta campaña, LeBron se recluyó durante 15 días en su casa para ver qué más podía hacer para alcanzar su objetivo. Se entrenó durante varias semanas con el legendario Hakeem Olajuwon. El expívot de los Rockets le enseñó algunos movimientos para ser más eficiente cerca del aro.

Además de sus progresos técnicos, LeBron cambió el estilo de sus declaraciones, muchas veces soberbias, lo que ayudó a que se disipara en gran medida el odio que le profesaban muchos aficionados. Ahora, tras demostrar por fin que es capaz de imponer su indiscutible calidad también en los últimos cuartos de los partidos más decisivos —uno de los reproches que se le hacían—, las cosas han cambiado. Por fin es un ganador, por fin tiene el anillo de campeón. Dejó de ser príncipe para convertirse en rey.

LeBron mide 2, 03 metros, pesa 113 kilos de puro músculo y fibra, y es capaz de brillar en todas las posiciones de la cancha. Por sus fama y antecedentes ha sido siempre más exigido que sus compañeros