La magna pregunta que para políticos, economistas, analistas y ciudadanos de a pie supone la duda existencial en tiempos de pandemia. La respuesta la encontramos en un curioso fenómeno de la naturaleza: el liquen
Cuando hablamos de crisis de salud, no nos referimos a estadísticas generalizadas de un estado, hablamos de una amenaza seria contra el bienestar público. El COVID-19, está exempto de discusiones de este tipo, unánimemente es el actual riesgo mayor de la salud mundial, teniendo en cuenta su estructura, actuación, alcance e impacto. Las crisis de estas magnitudes nos ponen a contraluz como sociedad, enfocando al ojo público los desperfectos y debilidades que tenemos. Este virus, recordemos que tuvo origen en China el año 2019 y que se extendió con celeridad por el mundo (virus que por cierto ya cuenta con varias variaciones genéticas), ha probado ser la radiografía de los estados supuestamente modernos y preponderantes, su poderoso escáner -a base de muertes, contagiados y proliferaciones- nos ha demostrado que estos gobiernos son coladores para crisis, el tipo de crisis de las que no están preparados para sufragar. Entonces, ante la ineficacia estatal, el virus embistió con indolente bravura la economía mundial, hundiendo una por una las bolsas de valores más reconocidas del planeta; pero no solo se han hundido los altos estratos de las finanzas, el tejido empresarial básico - el mismo que no tiene el colchón ni los medios para subsanarse de un golpe así- ha sido desgarrado a jirones ante los ojos inoperantes de los gobiernos, que se escudaban en la inexperiencia y desconocimiento científico. Así pues mientras las muertes y los contagios se sucedían, y el coronavirus brincaba de país en país burlando los tímidos controles, las empresas grandes, pequeñas y medianas iban siendo perforadas por un lado por los achaques de la enfermedad y por otro gracias a las medidas suicidas y desproporcionadas de los estados. Quisieron, tardíamente pues el virus ya había infectado los países cuando estos decidieron tomar cartas en el asunto, reaccionar mediante contundentes actuaciones -cabe reseñar que también improvisadas- contra la sociedad para evitar la virulencia. Ciertamente la situación era una primicia para todos y cogió en horas bajas a las naciones, sin embargo fueron las píldoras que los estados obligaron a tragar sin control a los ciudadanos lo que nos ha llevado a la situación actual: ni salud ni economía.
Finalizada entonces la primera ola, los estados empezaron a faccionizarse, creyeron que salvaguardar la economía y la salud era una misión imposible así que empezaron a escoger. El resultado de esto no fue más que una masacre o una auténtica hecatombe económica. El saldo se pagó en dinero o en muertos. El quid de la cuestión es que no entendemos algo tan simple como es un liquen. Para aquellos que no estén familiarizados con conceptos biológicos, el liquen es un ser simbiótico, una unión entre un hongo y una alga. Uno necesita al otro para subsistir, no pueden separarse ni convivir de otra forma, puesto que cada uno abastece de ciertas necesidades vitales al otro, uniéndose así en un solo ser simbiótico; para los más interesados, se puede observar en árboles o rocas como si de un musgo seco y descolorido se tratase. La economía y la salud es otra simbiosis, una aporta a la otra lo necesario para la subsistencia mutua, elegir una de las dos es querer destruir la unión. La incapacidad de los estados para converger estos dos pilares de las sociedades ha provocado destrucción en ambos bandos, así como una división política nada favorable en tiempos de pandemia.
Ni salud ni economía
Se han de reconciliar las dos, salvaguardando la sostenibilidad económica y protegiendo la vida de la gente. Medidas largas, tímidas y violentas solo hacen que achacar una de las dos vertientes mencionadas, es necesario no parar el rendimiento habitual de la economía, transformándolo de manera que se adapte a las medidas requeridas para la protección sanitaria.
Ya que es la ciencia a lo que debemos recurrir para sobrellevar con eficacia esta crisis, observemos la simbiosis y aprendamos que no todas las esperanzas están en las vacunas, también tenemos líquenes.
No todas las esperanzas están en las vacunas, también tenemos líquenes
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