Ante las novedades tecnológicas que van a alterar tanto la forma como las percepciones del soldado, del ser humano, en las guerras del futuro, caben ciertas reflexiones
Según informó hace algún tiempo el Ministerio de Defensa, hablando de los adelantos técnicos y las virtudes de las nuevas uniformidades para los soldados, entre otras, el nuevo uniforme dispondrá de sensores de temperatura que adaptará la del traje a su entorno preservando al soldado de los fríos o calores extremos, enviará datos del estado de salud del soldado a su centro de mando y en caso de fallecimiento informará al centro de control de inmediato, al tiempo que todo su sistema se desconectará automáticamente para evitar que el enemigo tenga acceso a la información que el equipo puede facilitar.
El soldado estará en permanente contacto con su pelotón mediante un sistema de comunicación inalámbrico, con el cual también desde su posición dispondrá de información detallada relacionada con su situación; mapas GPS, fotografías aéreas, brújula digital… Todos estos datos podrán visualizarse a través de un equipamiento especial instalado en el propio casco. Tendrá, así, información precisa sobre las características del terreno, orografía, posición de sus compañeros, de edificios, carros de combate... Y también del enemigo, al cual podrá disparar sin exponerse, con sólo levantar las nuevas armas, portadoras de una mini cámara integrada que envía la imagen del objetivo al visor del casco. Ante todas estas novedades que van a alterar tanto la forma como las percepciones del soldado —del ser humano— en la lucha, caben ciertas reflexiones.
Hace algún tiempo escribía un artículo sobre Blas de Lezo (Comandante de la Armada Española que defendió Cartagena de Indias ante los ingleses en 1741) y pensaba en cómo serían los combates de aquellos tiempos. Las armas y los medios técnicos eran tan rudimentarios que finalmente la lucha cuerpo a cuerpo debería jugar un importante papel en el desarrollo del enfrentamiento. Y el campo de batalla terminaría presentando horribles imágenes de hombres mutilados, con las carnes rasgadas salvajemente, moribundos y en largas agonías. Pues con el armamento de la época sería más frecuente herir gravemente o mutilar antes que ocasionar una muerte inmediata. Y aunque también con las guerras actuales pueden generarse horrendos espectáculos, en alguna medida se han reducido largos sufrimientos debido a la mayor precisión del armamento, a su mayor capacidad de matar más inmediatamente.
Reflexionando sobre este asunto, también me vienen a la memoria escenas de las guerras de nuestros tiempos. De la Segunda Guerra Mundíal, por ejemplo, descritas por cronistas que relatan cómo en ocasiones los mandos se veían obligados a relevar a los soldados de las trincheras, que ya sentían mareos, vomitaban y sufrían ataques de nervios ante tanta sangre; ante los deshechos cuerpos humanos de uno y otro bando, al lado de los cuales tenían, quizá, que permanecer durante horas o días mientras el salvaje aullido de dolor de los heridos se mezclaba con el constante repiqueteo de las metralletas, las explosiones de granadas o de los bombardeos. El terror podía alcanzar tales niveles, que los mandos, a veces, tenían que mantenerse ligeramente detrás de la línea de combate, pistola en mano, para disparar contra sus propios soldados en caso de que un ataque de pánico les hiciera retroceder e intentáran huir del infierno al que se enfrentaban. Las novelas de Sven Hassel que leía en mi juventud dejaron una enorme impresión y profunda huella en mi conciencia, descubriéndome, entre otros muchos horrores, posibilidades tan espeluznantes como la de que un cuerpo descabezado por la metralla puede continuar andando varios pasos.
A primera vista, esta nueva especie de soldado digital nos presenta un guerrero muy distinto al del siglo XVII y también al del siglo pasado que nos recuerda Sven Hassel. En este futuro tecnológico que ya se acerca, se tratará de un ser humano más distanciado de su enemigo, del choque de la carne con la carne, de la sangre con la sangre…, de la sensibilidad que puede derivarse de esos encuentros aterradores y de la recapacitación de conciencia que puede emanar tras su vivencia.
El soldado del futuro ya no va a disparar contra otro ser humano, sino contra una figura que se presenta en el visor de su casco
El soldado del futuro ya no va a disparar contra otro ser humano, sino contra una figura que se presenta en el visor de su casco. Un adolescente experto en el dominio de la videoconsola podrá convertirse en un magnífico tirador contra los "muñequitos" de su visor digital. El enemigo se aleja; los sentimientos, la compasión, quizá también.
En esta perspectiva de guerras tan tecnificadas, los héroes serán cosa del pasado. Ya no tendrán sentido ni cabida en estas nuevas batallas. Con tanta instrumentación, sensores, GPS, cámaras…, cualquiera que se mueva de su sitio será inmediatamente fulminado. El factor sorpresa se irá reduciendo hasta desaparecer. Y esto podría, quizá, depararnos una sorpresa final.
Los adelantos técnicos solo proveerán de ventajas a un bando en la medida en que el otro no disponga de su mismo nivel. Pero el nivel se irá equilibrando. Armas, vehículos, equipos auxiliares, uniformes digitales y medios informáticos terminarán estando al alcance de todos los ejércitos, aunque para ello haya que gastar más de lo que se deba o pueda, y la información fluirá sin remedio en todas direcciones. Finalmente, bastará con examinar el ordenador central de un mando militar para saber, con extraordinaria exactitud, las posibilidades que hay de ganar una guerra antes de empezarla. Las similitudes de medios técnicos y las alianzas estratégicas, determinarán que el mejor procedimiento será sentarse a negociar.
Llegados a este punto, es posible que las guerras no tengan sentido ya, y quizá la tecnología consiga lo que la razón y la conciencia hasta hoy no han podido lograr.
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