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El 19 de diciembre de 2004, Juan Sharpe lo entrevistó para La Nación. Realizó declaraciones que lo hacen indigno de pretender ocupar el sillón presidencial de Chile, las suyas no son las palabras de un estadista, sino las de un chico pretencioso que quiere llamar la atención
La rebeldía siempre tendrá una explicación profunda. Ya sabemos hacia dónde apunta la de Marco Enríquez‑ Ominami: detesta ser chileno. Como bien señala él cuando dice que está “en tránsito hacia”, en su interior hay una lucha feroz por definir su identidad. Por ahora se siente “mucho más francés, soy mucho más parisino. No me considero chileno” y, al parecer, su presentación para aspirar a La Moneda sería más una necesidad ontológica, una exploración en busca de acercarse a esta chilenidad que no lo representa.
Pero cabe la pregunta, si Enríquez-Ominami se siente francés, pero quisiera ser italiano, ¿por qué no se presenta al Elíseo o busca sentar sus reales en Roma? Lo suyo es un desvarío constante y debiera hacer reflexionar a sus partidarios porque un país no se gobierna con pensamientos erráticos, sino con una idea clara de país. Para ello no sólo hay que identificarse con los valores de la nación, además hay que respetarlos, por más que se pueda disentir acerca de determinados aspectos. Enríquez-Ominami es firme en su declaración: “Amar esa bandera asquerosa y el escudo que es espantoso y los símbolos patrios”.
El rebelde Marco, el rebelde candidato a la presidencia de la República de Chile, regala estas perlas. Se dice de izquierda, pero desprecia aquellas cosas con las que el pueblo disfruta: Las ramadas por las que Salvador Allende paseó y bebió chicha con los parroquianos y zapateó la cueca: “En una fonda sólo veo votos, el resto me parece una pila de curados. Lo que han inventado las fondas, es ‘coma mierda y páselo bien’.”
Se siente incómodo con quienes podrían ser sus votantes, su piel parisina se siente incómoda entre tanta piel chilena
Es decir, se siente incómodo con quienes podrían ser sus votantes, su piel parisina se siente incómoda entre tanta piel chilena. ¿Y este hombre quiere estar en La Moneda para cuando Chile celebre su bicentenario? Quizás si lo más chileno que tiene es que dice “poto” en lugar de “culo”: “Uno tiene un poto y dos cachetes, nadie dice tengo dos potos. Creo que uno tiene una nacionalidad y puede tener dos identidades. Yo soy el caso que tiene un poto y dos nacionalidades. Tengo dos cachetes, una cosa francófona muy fuerte, muy marcada, y otra chilena.”
No deja lugar a dudas. Se trata de hacer añicos en un segundo lo que no se tiene. Reducir a anécdota aquello que no se comparte, y ya sabemos cómo se comportan quienes buscan destruir lo que no les identifica. De eso Chile sabe bastante.
El hombre que ha declarado que pretende “agudizar todas las contradicciones posibles en una sociedad” no termina por comprender las suyas y con su propia rebeldía, que más que rebeldía es confusión, caos y tensión espiritual, se ha apartado del camino a la presidencia con sus declaraciones, dejando el espacio libre a mentes más equilibradas que, al menos, permiten predecir que Chile seguirá su camino hacia el desarrollo y que tendrá que tener como meta fundamental, alcanzar un reparto más equitativo de la riqueza.
Las suyas no son las palabras de un estadista, sino las de un chico pretencioso que quiere llamar la atención