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Desde que me fui de la casa de mis papás, la relación con mi mamá se volvió algo distante. Supongo que es natural que uno quiera buscar su propio camino, y si para ello es necesario poner límites a los padres, bueno, no queda otra
Desde que me fui de la casa de mis papás, la relación con mi mamá se volvió algo distante. Supongo que es natural que uno quiera buscar su propio camino, y si para ello es necesario poner límites a los padres, bueno, no queda otra. Mi madre es una mujer que ama a sus hijos por sobre todas las cosas y que quiere estar presente en sus –nuestras– vidas, algo que en su momento me complicó, me hizo despotricar en terapia y me costó una buena pelea con ella, pues consideraba que lo mínimo era que, viviendo separadas, habláramos por teléfono todos los días. Me costó pero lo logré. Y luego seguimos siendo amigas. Amigas sin conflictos limítrofes, para mi tranquilidad de mujer posmoderna e individualista. Pero nadie me había dicho cómo cambian las cosas cuando nacen los hijos. Es un proceso bastante raro y bello que comienza en el parto, o inmediatamente después de él, cuando a una le viene esa mamitis que todos conocemos (la misma que aparece cuando uno se enferma o empieza a pensar que el dolor de cabeza es un tumor cerebral…Bueno, al menos a mí me pasa), y no te sirve nadie más que ella, la madre, que –obvio– siempre está ahí para consolarte y acurrucarte. Eso me sucedió.
Y después me vino el pánico. El saco de responsabilidades y la evidencia de mi ignorancia en materia de guaguas. No era para menos. Ahí empecé a ser yo la que tomaba el teléfono día tras día. Mamá, socorro. Y mamá venía y organizaba todo y arreglaba todos los problemas. Y ser madre empezaba a verse como algo menos duro a ratos y mucho más atemorizante también, al constatar todo el amor y la energía que mi hija recibía de nosotros y la alta probabilidad de que en el futuro fuese tan ingrata como yo.
Desde que me fui de la casa de mis papás, la relación con mi mamá se volvió algo distante
Mi hija empezó a notar el mundo. Estaban mamá, papá y la abuela. Habían otros, como las tías y la abuela paterna, pero fundamentalmente estabamos nosotros. Claro, también habían perros, pajaritos y gatos, como el gato de la abuela. Y aquí empieza la última parte del proceso, que es cuando una mujer y su nieta se enamoran. Mi hija tuvo, al igual que yo, la suerte de ser la primera. Nadie le va a quitar nunca ese privilegio y esas tardes de lunes y jueves con la abuelita en cuatro patas jugando a esconderse detrás de la cortina y apareciendo de improviso para robarle una carcajada. Al menos para mí fue así, y mi memoria está llena de lindas imágenes junto a mis abuelos, lo mejor de mi infancia.
Seguro que mi mamá también sabe lo importante que es su amor para su nieta y lo importante que ha sido para mí en esta nueva etapa, que en realidad no es otra cosa que una aventura interminable. Y bueno, por si aún no se entera, aquí empiezo a agradecerle.