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El dios argentino sigue convirtiendo los records en pequeñas anécdotas. El fútbol de antaño empieza a desaparecer bajo los pies de Messi. De las hazañas ancestrales del fútbol empieza a no quedar nada tras el paso del jugador culé por este deporte. Dios o humano, ateo o creyente son las únicas perspectivas que le quedan al aficionado por elegir ante el juego del futbolista culé. Dicen que las personas religiosas son más felices que las ateas. Lo dijo Andrés Clark y Orsolya Lelkes en un trabajo titulado: " Libéranos del Mal: La religión como el Seguro ". Los ateos se encuentran peor preparados para afrontar los golpes de la vida y tienen un mayor sentimiento de culpa cuando a su alrededor ocurre una desgracia. La religión dota a sus creyentes de esperanza y sosiego porque delegan sus responsabilidades y culpas en un ser superior. Depositan su miedo, su valentía, sus desilusiones e ilusiones, sus amenazas y sus oportunidades en los designios de dios. Quien reniega de Messi, reniega de dios y quien reniega de dios reniega de la felicidad.
Lo que a los creyentes nos hace feliz, a los ateos del fútbol de Messi les hace desgraciados. Escojan ustedes, pueden ser feligreses de Messi o ateos de dios. Puedes encontrar la felicidad instantánea de ver a Messi jugando en un campo de fútbol o puedes hallar una úlcera constante en medio de una tertulia televisiva. Amarle, o negarle, que es lo mismo que odiarle. Si estás desempleado, reza en dirección al Cam Nou; si tu mujer te dejó, mira su foto con Argentina; si has perdido a un ser querido observa su juego. Ni te dará trabajo, ni devolverá una mujer a tus brazos, ni resucitará a nadie, pero al menos te hará olvidar que ni tienes trabajo, ni mujer, ni ser querido. Messi es un dios cuya misión principal es hacer felices a los demás. Un dios en cuya cara convive la mirada de un niño malo y de un padre bueno. La pulga argentina es lo que todos quisimos ser de mayor. Cada jugada imposible que de niños soñábamos hacer, las hace él por nosotros. Cada regate imposible, cada asistencia milimétrica, cada control de balón cosido al pie, cada lanzamiento de falta con querencia por la escuadra, cada desmarque fugaz, cada vez que mira el balón, cuando aterroriza a los centrales, cuando amenaza al portero, cuando salta o se escurre, cuando marca; en definitiva, cada vez que juega siempre juega en él una parte de nosotros porque todos en algún momento de nuestras vidas tuvimos la esperanza de ser tan buenos como él. Alivia nuestra nostalgia y mutila nuestro sentimiento de culpa por no haber podido hacer más en las carreras futbolísticas que tienen todos los niños del mundo y que empiezan con solo tres años. Al ver a futbolistas mortales y terrenales a veces tienes la sensación que si te lo hubieses tomado más en serio tú también podrías haber llegado a la élite del fútbol mundial. Después de ver jugar a Messi, acaba ese martirio. Ya no hay esperanza porque la única esperanza es él. Nuestras grandezas individuales que un tiempo atrás quedaron aparcadas en la puerta de una discoteca o en la biblioteca de una universidad son ahora grandezas colectivas que siempre terminan en las piernas de Messi. Los que creemos en Messi somos más felices porque estés en España, Alemania, Brasil o Argentina sabes que un par de veces por semanas tendrás barra libre en el bar de la felicidad. Me preocupan tanto esos ateos de dios que niegan con el corazón lo que no pueden negar con el cerebro, que llegan a provocar cierto ademán compasivo en mi interior. Dentro de treinta años habrá 30 millones de nuevos nietos, y nuevos abuelos también ¿Qué les contarán aquellos que osaron no creer en dios? ¿Les dirán a sus nietos que Messi no es dios porque dios no escupe o que dios no riñe con otros compañeros o que dios lanzó un balón a la grada del Bernabéu? ¿Mandarán a sus nietos al colegio con el trauma por trasmisión oral para que sean el "hazmereír" de la clase donde cualquier otro chico acabará contándole la verdad? A los incrédulos les dirán que Xavi o Iniesta eran mejores, les engañarán diciéndoles que también eran dioses, pero tarde o temprano descubrirán que más que dioses eran ángeles cuya única misión en la vida fue acompañar de forma divina los actos de dios. Para creer en Messi no se necesita el amparo de la fe, ni dogmas, ni reuniones religioso-terapéuticas, tan solo se necesita vista, gusto y un poco de sentido común. Se puede creer en Messi en solitario o en compañía, con expertos o con novatos, entre niños o entre viejos. La experiencia ha demostrado la existencia de dios porque él no fulmina a nadie con rayos, los fulmina con un balón; él no manda plagas, manda al fisioterapeuta; no arrasa ciudades enteras, desquicia a equipos por completo; él ni te ama ni te odia, solo te hace sonreír; No separa las aguas del mar, separa a las defensas; él no rompe estados, rompe cinturas; Tampoco es omnipresente, pues solo aparece con un balón sobre el césped; su templo es su estadio y el de su rival. Nadie sabe con certeza si habrá más dioses repartidos por el mundo, pero Messi es el único dios que ha demostrado de forma razonable su propia existencia. NOS INTERESA TU OPINIÓN, PUEDES DEJAR COMENTARIOS Y PARTICIPAR EN LAS ENCUENTAS... COMPARTE ESTE ARTÍCULO CON TUS AMIGOS