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Acabó el partido en el Cam Nou y los jugadores culés desfilaban serios hacia el túnel de vestuarios. No eran momentos para sonrisas, pero tampoco desprendían demasiada preocupación. Parecía que hubiesen perdido la liga hacía meses, como si los dos puntos arañados por el Getafe tuviesen la misma importancia que un amistoso de agosto. La bocana iba engullendo lentamente la imagen de los futbolistas azulgranas sin sobresaltos y sin agobios. Demasiado cansancio acumulado a lo largo de una temporada repugnante para un equipo que no ha recibido ayuda desde fuera y que solo ha recibido palos desde dentro. Los ojos de los futbolistas culés no muestran absolutamente nada, están vacíos como sus deseos y agrietados como sus esperanzas. La plantilla ya sabe a estas horas que una liga más o menos no cambiará absolutamente nada, el trofeo es solo un trozo de metal, la reputación no se puede recuperar en dos partidos.
El Tata Martino está demostrando hasta el final que no destaca en nada, su mediocridad es absoluta. Careció de personalidad para enfrentarse a quienes les contrataron en verano para imponer sus criterios, no ha encontrado ni una solución técnica a los múltiples problemas deportivos que se le han presentado, ha crucificado al equipo tácticamente y solo ha sabido transmitir a los jugadores su propia desmotivación y sus deseos de que todo acabe cuanto antes. Ha arrojado la toalla sin ni siquiera estar manchada de sangre, ni de sudor, ni de lágrimas. La crueldad del fútbol le obligará a mantener la agonía hasta la última jornada. El Atlético pierde y el Madrid empata como si el balón le mandase al club catalán el castigo de continuar con el sufrimiento hasta el último aliento. Como si el Barcelona hubiese escogido el camino de la eutanasia y la ilógica futbolística obligase al club a mantenerse con vida por haber auto mancillado al mejor fútbol de todos los tiempos.
Los futbolistas culés hacen bien en renunciar a un campeonato donde más de la mitad de encuentros los han jugado mal o muy mal. Pero tampoco es entendible que no pretendan recuperar aquella elegancia hasta el último suspiro del último minuto del último partido. En definitiva, la esencia de la filosofía blaugrana de los últimos 25 años se construye a partir de la piedra angular del buen juego para alcanzar el éxito más duradero en la mente de los aficionados. El recuerdo de una obra de arte en el césped siempre superará a una obra de orfebrería en las vitrinas. Visto desde el propio prisma propagado por el ideario culé, el Barça no merece esta liga porque el balón merece más respeto.
De los tres equipos que optan al título, el Atlético de Madrid es el que desarrolla peor fútbol con diferencia. Tragarse un partido completo de los colchoneros requiere tener una pistola cargada con cinco balas junto al sofá. La indolencia blaugrana es equivalente a la incapacidad de asumir la presión por parte de los jugadores atléticos. Quizás porque empiezan a darse cuenta de que ocupan una posición que probablemente no les pertenece y que incluso futbolísticamente no merecen. El conjunto del Manzanares cosecha sus triunfos apoyado en el esfuerzo y empujado por el deseo. Cuando sus rivales se defienden más y corren más, al Atlético de Madrid no le queda absolutamente nada. Acaba los partidos como en Valencia frente al levante, deshilachado entre sus propios deseos. Acepta su inferioridad prefiriendo llegar al Camp Nou dependiendo de que el Barcelona no se juegue nada antes de aferrarse a la idea de que depende de sí mismo.
El Real Madrid seguirá jugando hasta el final con el brazo en cabestrillo, como Paco Llorente en aquel partido ante el Milan en el 89. Su ADN existe, es palpable y se transmite de generación en generación, de plantilla en plantilla, de padres a hijos. Sus ansias de ganar a cualquier precio y de cualquier manera correrán como sus extremos y sus extremos correrán como la pólvora por introducir en su museo el vil metal en forma de copa. Es admirable que se nutra con tanta facilidad de tan escasas esperanzas y es envidiable que en muchas ocasiones consigan sus metas sin detenerse jamás en mitad del camino. Por eso Cristiano marca en el descuento para seguir derramando sangre en una liga desangrada por el maltrato al balón y por eso al Barcelona le marcan en el último instante mientras contempla el oscuro paisaje a cinco metros de una meta que debería quedar desierta.