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Muchas investigaciones médicas muestran que nuestras predisposiciones emocionales afectan nuestra esperanza de vida, nuestra inmunidad al cáncer, nuestra respuesta a la cirugía y también nuestra resistencia al estrés. Tomemos como situación básica el modo en que consideramos nuestra salud. Algunas personas son mártires de la enfermedad y consideran que tienen un nivel de salud inferior al promedio. Otros creen que sus problemas de salud son leves y consideran que tienen buena salud. Esta diferencia de perspectiva por sí misma es suficiente para influir sobre nuestra futura esperanza de vida.
Esto se demostró cuando más de 3500 ancianos de Manitoba, Canadá, participaron en un estudio que se prolongó a lo largo de siete años. Al comienzo del proyecto, a los participantes se les pidió que evaluaran su propio estado de salud. Para su edad, se les preguntó, ¿usted diría, en general, que su salud es excelente, buena, regular, deficiente o mala? Al mismo tiempo se realizó una evaluación objetiva de su salud sobre la base de historias clínicas hospitalarias e informes realizados por su médico de cabecera. Al finalizar el estudio después de siete años, se encontró que las autoevaluaciones iniciales eran una señal más precisa de quién viviría y quién habría muerto, que los pronósticos científicos de los médicos. Quienes consideraban que su salud era mala mostraron una tasa de mortalidad tres veces superior a la de quienes opinaban que su salud era excelente. Aun en los casos en que los médicos encontraron que los optimistas con respecto a su salud estaban en condiciones deficientes, tuvieron un índice de supervivencia superior al promedio.
Obviamente, lo que tenía importancia primordial no era lo que los médicos informaron sobre su salud, sino lo que ellos pensaban sobre su estado de salud en ese momento y sus expectativas futuras. En cuanto a la longevidad, el experimento de Manitoba reveló que es mejor ser un enfermo optimista que un pesimista sano . La actitud positiva con respecto a la salud, mostró esta investigación, es el determinante único más importante de la esperanza de vida -a excepción de la edad.
(Dr. Donald Norfolk, ‘Mens Sana’, Mc Graw-Hill, 1991).
Andrea Martel Sotomayor