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La puerta se acababa de cerrar mientras se alejaba la escalera sobre el suelo escarchado. Estaba a punto de despegar un avión de la compañía Sol Líneas Aéreas que habitualmente hace el recorrido entre Rosario y Buenos Aires. Era el mes de julio de 2013, doce de la mañana hora local y en apenas 50 minutos se despejaría la decisión más importante que ha tomado el Barcelona en el último lustro. En aquel aparato que se alejaba del Aeroparque Internacional de Rosario viajaba el presente y el futuro de la plantilla futbolística más impresionante que ha parido la historia.
Martino llegó al selecto barrio de la Recoleta donde se ubica el hotel Alvear Palace de Buenos Aires. Como sacado de otra época le recibió el personal de servicio en recepción. Le indicaron el salón de estilo europeo donde desde hacía rato esperaban los representantes del Barcelona. Recorrió en solitario cien metros de inquietud por un largo pasillo inspirado en los transatlánticos más lujosos. Se situó frente a la puerta, recompuso su corbata y entró en aquella sala con aroma a la Francia de Luis XVI. Junto a Andoni Zubizarreta observaba Raúl Sanllehí y junto a los documentos esparcidos por la mesa, varios vasos de café serían testigos prematuros de los acontecimientos que están a punto de desencadenarse.
Hacía ya un buen rato que Gerardo Martino había tomado asiento cuando Zubizarreta puso la primera piedra de lo que no quería la junta directiva que le enviaba: Luis Enrique, el joven entrenador que más mimetismo tenía con Guardiola, había sido recusado desde la presidencia por su carácter díscolo e indomable. La nueva piedra angular del edificio culé respondía al nombre de Neymar, Messi sabía cuidarse por sí solo y simbolizaba la vieja piedra. El objetivo principal del nuevo entrenador culé obedecía a la integración de Cesc en el sistema de juego y a la amortización social de Alexis Sánchez.
A Martino se le estaba encomendando una misión imposible que se basaba en realizar una revolución barata desde dentro del club. A Martino se le dijo que Puyol se estaba recuperando bien y se le susurró al oído una lista de jugadores prescindibles pero intransferibles. Al técnico argentino se le invitó a apagar su televisión, se le dijo que la debacle ante el Bayer de Munich la motivó un accidente. Que un equipo campeón de Liga con Jordi Roura de por medio se gestonaba con la gorra, que solo necesitaba retoques humanos y ninguno técnico. A Gerardo Martino le estaban cosiendo la alineación a su contrato y ni siquiera se dio cuenta. En medio de aquel salón inspirado en la Francia de Luis XVI, el técnico argentino estrechó la mano de Zubizarreta tropezando con su propia guillotina.
La actual junta directiva del Fútbol club Barcelona se ha caracterizado durante todo su mandato por tomar decisiones cobardes con escaso margen de riesgo. Siempre ha terminado mascullando la decisión más impermeable a la crítica por cuestiones sentimentales. Utilizó a Tito para evitar la metáfora con Guardiola y utilizó la procedencia rosarina de Martino para silenciar los enfados del 10 argentino contra el propio técnico y el palco. Los directivos culés con Rosell a la cabeza jamás se estrujaron el cerebro para buscar la opción que más convenía al Barcelona, sino la que más les convenía a ellos. Siempre han estado buscando un mandato placentero utilizando los sentimientos aledaños para domesticar a los rebeldes con causa. Difícil incordiar a Vilanova siendo el segundo de Guardiola, peligroso machacar al Tata siendo paisano de Messi. Un margen de error mal calculado cuando se descubre que Guardiola se desvinculó completamente de su sucesor y cuando se sabe que Messi y Martino solo comparten acento argentino. A Rosell le faltó poner cara de sorpresa ante la prensa al conocer que estrella y entrenador compartían localidad de nacimiento para que todo pareciese producto de la casualidad.
Martino solo ha sido contratado como un chaleco antibalas para protegerse de Messi ante la millonaria llegada de Neymar y la verdadera idea deportiva que comanda un club orientado a los fichajes más recientes. Las malas intenciones con la estrella del equipo se reflejaron en las declaraciones de Xavier Faus, El auténtico agobio deportivo de Messi expresando su apatía sobre el césped ha sido auto silenciado por patriotismo argentino y caridad humana. La crítica a la corte directiva pasa por criticar a Martino y criticar a Martino pasa por criticar a un afable compatriota.
Messi se calla pero se enfada, Messi lo sabe todo y Messi padece como nadie. El astro culé está amargado porque el Tata Martino en su desesperación con las maletas hechas le ha dejado mirar detrás de la cortina y ha visto los verdaderos cimientos sobre los que se sustenta el circo culé levantado por Rosell.