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Vivir una gala de Gran Hermano desde dentro es muy interesante. Vivir una final es épico. Tampoco épico como echarle un pulso a Hulk y ganarle, pero todo lo épico que puede hacer un tirillas como yo. Gran Hermano es uno de los formatos más grandes y complejos que se pueden producir.
Anoche se emitía la final de Gran Hermano Revolution y mi amigo camarógrafo Guillermo Fernández-Savater y yo tuvimos la suerte de ser los únicos y los primeros periodistas de la historia de Gran Hermano (y eso son 17 años) en vivir una final del reality desde dentro. Apenas a centímetros de los finalistas y el ganador.
Guillermo y el menda, dentro de la cruz de cámaras de Gran Hermano.
Cuando digo desde dentro me refiero a que estuvimos en el control de realización; con El Súper en su confesionario; en la cruz de cámaras (los pasillos desde los que se graba la casa, lo que está detrás de los espejos) y a apenas tres metros de Hugo cuando supo que había ganado la edición (Gracias a puñados a Zeppelin y a Telecinco por la confianza. Nota: me he llevado un cenicero de plata que había por allí encima).
Y como ya nos hemos echado flores suficientes y aún tengo abuela y no la quiero mandar al paro, os cuento cómo fue la gala final de Gran Hermano Revolution.
La primera experiencia que vivimos fue hacer la ruta que hacen los concursantes, tanto de ida como de vuelta, entre Fuencarral, donde están los estudios de Mediaset y Guadalix, donde está la casa. Le pedimos al conductor que nos llevara tal y como lo hace cuando lleva detrás a un concursante. No pasó de la velocidad permitida en ningún tramo y ni falta que hizo. En el trayecto hay un tramo de carretera secundaria con unas curvas que harían que Carlos Sainz se mareara.
Es un recorrido de apenas 30 minutos y debe hacerse sin interrupciones pues la escaleta (el guión) de las galas contempla poco más que ese tiempo para que el concursante esté en plató haciendo su entrevista.
Una vez en Guadalix lo primero fue hablar con Floren Abad, el carismático Súper de Gran Hermano. A un astronauta de la Estación Espacial Internacional le pones delante del cuadro de mandos del Súper y se hace popó dentro del traje espacial. En su pequeño despacho tiene decenas de botones que pulsa para poder hablar a los concursantes en determinadas zonas de la casa, o a todas a la vez.
En paralelo (o sea, al mismo tiempo) habla con realización, producción, sonido, con Telecinco, con la directora de la gala... y les escucha si ellos le tienen que comunicar algo. Yo me agobié sólo de oírle hablar del tema. Durante una gala de Gran Hermano no hay tiempo para reaccionar si hay un fallo, así que es mejor que no lo haya. Me admiró la naturalidad con la que el Súper lleva estar sometido a más presión que un apio nabo en una olla express.
El control de realización de Guadalix es una locura. En Guadalix una noche de final hay unas 200 personas trabajando y 85 cámaras funcionando al mismo tiempo y todo pasa por el centenar de pantallas que hay en esta sala, donde se elige qué planos salen al aire. La sensación es la de estar en un submarino, en esas pelis en las que el capitán da una orden y ésta se va repitiendo y transmitiendo de subordinado en subordinado.
Anoche había 80.000 vatios de luz extra, pues en la nave de la casa, donde hacen las pruebas, se había instalado un sistema de luces que evocaba a los 100 concursantes que entraron al principio. Eso es mucha luz. Y para que eso no se quede con menos iluminación que Paquirrín hablando de física cuántica hay dos potentes grupos electrógenos que garantizan que no habrá apagones.
Antes de seguir, hicimos una parada en el comedor del equipo. Yo ya no como nada que proyecte sombra, y aún así nos pusimos finos y a lo gorrón, que ni mano a la billetera echamos. Comer gratis, algo que puede hacer feliz a cualquier ser humano así sea Amancio Ortega y le estén dando pastel de brócoli con salsa de coles de bruselas. Es gratis. Pal buche.
Poco después vimos por primera vez a los concursantes. Impresiona verles a sólo unos metros, relajados, ignorando que tú estás allí. De hecho, ellos se miran en el espejo y te están mirando directamente a los ojos, aunque sólo vean su propio reflejo. ¿Habéis visto París, Texas, de Wim Wenders? Pues así.
Hugo estaba espatarrado con las patillas abiertas saliendo como dos arcos de medio punto del cojín donde siempre se sienta. Rubén y Christian ponían cara de circunstancias como de estar aburriéndose más que una vaca leyendo a Kierkegaard. ÑamÑam... ella a su puñetera bola canturreando y bailando un poco. Os juro que ÑamÑam oye llegar a los cuatro jinetes del Apocalipsis tocando sus trompetas y en lugar de acojonarse les perrea.
Me sorprendió lo mucho que se oyen los aplausos de plató en la casa. Son perfectamente nítidos y supongo que por eso les dejan tan descolocados o les dan ánimo cuando los oyen.
Dentro de la cruz de cámaras, pasillos por los que hay que andar con ropa oscura, hablando bajo y sin acercarse demasiado a los cristales, vivimos varios momentos cumbre: las dos primeras expulsiones, de ÑamÑam y Christian Gabaldón, por ejemplo. Flipé mucho con sus salidad. Ñam me cae muy bien y Gabaldón era mi ganador de descarte.
Por un momento pensé que podía ganar Rubén, así que le hice una promesa a la Virgen: si ganaba Hugo me rapaba la cabeza. Sí, sé que eso en mi caso tiene el mismo valor que apostarse un cleenex usado, pero eh, estoy muy loco, a tope con las apuestas.
Y llegó la gran final, con Hugo y Rubén, archienemigos de esta edición, en la sala de pruebas. Estábamos a apenas 3 metros de ellos, a unos pocos centenares de centímetros del que sería el ganador de Gran Hermano 18.
Vivir allí ese momento fue menos espectacular pero infinitamente más humano que en casa. Cuando lo ves por la tele, incluso en plató, a la lectura del nombre del ganador se suma la música de mucha intensidad, aplausos, comentarios...
Allí había un absoluto silencio. Hugo se tiraba al suelo, quizá para ocultar sus lágrimas, y Rubén se quedaba de pie, con menos ganas de hablarle que Mickey Mouse a un desratizador. Fue mucho más humano porque ves a la persona, su emoción, su respiración de estar ahogándose de felicidad y de lágrimas. El Súper siempre tiene una máxima: "El público ve a personajes, nosotros vemos a personas". Ahora le entiendo.
Una vez que se supo el ganador salimos corriendo como si Ñam nos persiguiera con una aspiradora. Nos subimos al coche de producción a una velocidad que he visto pelis de atracadores en los que salían del banco y se subían al coche con parsimonia a nuestro lado.
Justo antes de la llegada al plató.
Llegamos a los exteriores de Mediaset pocos minutos antes que Hugo, así que le vimos llegar, bajarse del coche y recorrer el pasillo de fans hasta el plató. Me dio la sensación de que estaba desorientado. Llevaba tres meses viendo a la misma decena de personas y de repente estás fuera y la gente corea tu nombre.
Me sorprendió gratamente que en plató había un grupo de personas sordas y frente a ellos había un intérprete de signos que les iba traduciendo lo que se decía en la gala. Bien por la inclusión y la normalidad.
Bea, la ganadora de Gran Hermano 17 pasó frente a nosotros y como se había puesto unos pantalones de cuero más apretados que el sueldo de un mileurista con hipoteca, rechinaba como un cowboy a punto de desenfundar. Ella le llevaba el maletín a Hugo. Supongo que es obvio, pero no está lleno de billetes. Es obvio porque si lo estuviera éste post se habría escrito desde el caribe, pues habría salido corriendo con él.
Pensándome si salir corriendo con el maletín...
En directo vivimos cómo el Súper despedía la edición desde Guadalix, este año sin el tradicional apagado de luces: "Este año no, este año la luz de Gran Hermano no se apaga".
Me sumo a eso, la luz de Gran Hermano no se ha apagado. Es más... brilla. Allí, a lo lejos. Acercándose.
NOTA: Ya sabéis que el blog no se acaba por mucho que echemos de menos GH hasta la próxima edición. En Reality Blog Show seguimos comentando todo lo que nos echen.
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