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Me encanta la discusión que se ha generado en torno a las nanas. Gracias a una película, se hicieron visibles incluso en los medios de comunicación
CAROLINA Me encanta la discusión que se ha generado en torno a las nanas. Gracias a una película, se hicieron visibles incluso en los medios de comunicación. Y no sé si ocurre sólo en Chile o también en otros países, pero cuando a algo le va bien, como pasó con La Nana, los medios se cuelgan y buscan y rebuscan cómo sacarle partido, lo que en este caso –como ya dije– me gusta, porque genera debate y el debate implica reflexión. Igual es raro eso de entregarle tus hijos a otra persona. Y más raro aún es que esa persona abandone a los suyos por criar niños ajenos.
Yo vengo de una generación que creció con la institución de la nana puertas adentro y que, al salir de la casa de los padres, optó por un formato distinto: servicios de cocina y limpieza una o dos veces por semana, en horario de oficina. Una empleada que tiene una tarifa diaria y que rara vez se topa con sus jefes (porque ya nadie puede hablar de “patrones”), ya que éstos trabajan todo el día. Un sistema práctico, que deja fuera los afectos y que a mí me hizo creer, ilusamente, que las cosas habían cambiado. Que la nana puertas adentro estaba a punto de pasar a la historia. Pero nada de eso. Otra cosa es con guitarra, dicen por ahí. Y es cierto: con hijos, el sistema del servicio ejecutivo de limpieza invisible se torna una utopía y, por mucho que uno quiera cambiar el mundo y eliminar aquellos ruborizantes resabios de la esclavitud, parece ser que no queda otra.
Igual es raro eso de entregarle tus hijos a otra persona. Y más raro aún es que esa persona abandone a los suyos por criar niños ajenos
El ideal feminista de la mujer autónoma y realizada no sería posible sin la nana, al menos en este país. Yo tengo una puertas afuera desde que soy mamá, que trabaja de lunes a viernes, en horario de oficina. Salgo de mi casa tranquila, porque sé que mi hija está bien cuidada, y llego a las 7 en punto para que ella pueda partir de una vez con su familia. Y no tengo culpa de clase, porque nuestro trato es justo. Pero esta semana todo se derrumbó. No, no se murió nadie. Simplemente, ella me dejó. Dijo que estaba estresada y yo le respondí que estaba bien, que se fuera nomás. Entonces, recién entendí a esas mujeres que sólo hablan de nanas y de hijos. Y entendí amis papás y a su generación, a quienes alguna vez tildé de explotadores. Y colapsé. Activé una cadena femenina solidaria importante y en dos días entrevisté a cinco candidatas (puertas adentro, afuera… qué más da).
Tuve suerte y encontré a alguien que me da la confianza suficiente, pero por unos minutos (horas, días) me visualicé sola, sobrepasada y, lo que es peor, desempleada.